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"LAS FALDAS DE LA MONTAÑA" 

Luisa y Manuela son las protagonistas de “Las faldas de la montaña”, un documental escrito y dirigido por la periodista Belén Ciutad. Ellas representan a las miles de mujeres que nacieron en las comarcas de Sobrarbe y Ribagorza durante los años 30 y 40. Mujeres y rurales, doblemente invisibilizadas. Siempre a la sombra de la familia, del marido, de los hijos, del trabajo, de la montaña.
Cuando el párroco de su pueblo le pidió a Luisa que leyese esa mañana en misa un pasaje del Nuevo Testamento, ella le contestó que lo sentía, pero que se le habían olvidado las gafas de ver en casa. Era sólo una excusa: Luisa no sabe leer.
Luisa es una de las dos protagonistas del documental Las faldas de la montaña, escrito y dirigido por la periodista Belén Ciutad –Graus, 1988-. Luisa es también una de las miles de mujeres nacidas en el Pirineo, concretamente en el Sobrarbe y la Ribagorza, en las décadas de los años 30 y 40. En realidad, todas las mujeres nacidas en el Sobrarbe y la Ribagorza en las décadas de los años 30 y 40 son las protagonistas de estos 45 minutos. Mujeres y rurales, olvidadas por partida doble. Belén lo rodó todo en noviembre de 2014, con el objetivo de que llegara a tiempo para entrar a concursar en el Festival Internacional de Documental Etnográfico de Espiello. Y llegó. Por el camino, Belén encontró vidas de mujeres que durante toda su vida han vivido a la sombra de sus maridos, de sus hijos, de sus casas. A la sombra de la montaña. Su inspiración fueron sus dos abuelas, las personas, dice, que más le han marcado en su vida. ¿Qué más le llevó a plasmar la vida de Luisa, de Manuela, y de tantas otras? “Ser mujer, ser rural, y haber vivido en mis carnes lo que todavía creo que hay que superar. Las barreras, los estereotipos, que en las zonas de alta montaña siguen mucho más acentuados. Como lo típico de que si en casa tenemos tierras, tú no te vas a ir a labrar, que para eso está tu hermano”.
El proceso de documentación fue sencillo: a más de veinte mujeres se les pasó un mismo cuestionario, y se grabaron en voz sus respuestas; se recopilaron muchas fotos prestadas; y a dos mujeres, Luisa y Manuela, se les entrevistó delante de la cámara. Esto último no es sencillo: “primero por la vergüenza, que la tienen muy acentuada. A la mayoría no les gusta verse en fotos, se ven mayores. Por eso les pedí una foto de antes y una de ahora; la de antes te la dan con todos los amores del mundo, la de ahora no tanto”. Ante todo, Belén quiso retratar, más allá de la guerra, el poder o el trabajo, aquello que es tan simple pero tantas veces ha sido invisibilizado: lo que ellas sentían. Es por eso la importancia del amor en el documental. De entre las preguntas del cuestionario que pasaba a todas las encuestadas, hubo una respuesta que por la casi unanimidad le llamó la atención: no se casaron por amor. “Yo sabía que había casos y que no eran aislados, pero no pensaba que tantos”. En la mayoría de los matrimonios, el cariño y el amor, si es que llegaban, lo hacían mucho después de la boda. En no pocos casos, lo que llegaba tras la luna de miel (o ya durante) era una vida de malos tratos amparada por la Ley de Abandono del Hogar y por el silencio familiar y del pueblo.
La noche de bodas. Otro tema espinoso que Belén no quiso esquivar fue el sexo. El miedo con el que lo afrontaban y el descubrimiento muchos, muchos años después y en algunas ocasiones a través de una pantalla de cine o de televisión de todo un mundo diferente a lo que habían conocido es otro denominador común para esta generación. La dominación del hombre y la inexistencia de control sobre su propia reproducción, también. Sin embargo, Belén no quiso ahondar demasiado en el tema ya que la vergüenza y el pudor también afloran cuando se trata: “no queríamos que lo pasasen mal, que no les quedase mal sabor de boca ni a ellas ni a su familia”. Quisieron hacer algo, ante todo, alegre, que al verlo ni les avergonzase ni les entristeciese, “sobre todo por ellas, si les damos un documento con el que van a llorar, encima de que han sufrido y han vivido todo en sus carnes…”, me señala Ruben Mur, encargado de la preproducción, postproducción y mano derecha de la directora durante todo el proceso. El tercer vértice es Sandra Raso, prima de Belén y muy involucrada en las labores de documentación.
En sus muchos pases por los pueblos de a redolada (como el que tiene lugar en Troncedo, aldea del Sobrarbe en la que nos encontramos) los comentarios de las mujeres mayores siempre son los mismos, me cuenta Rubén: nos dicen que ellas esto también lo han vivido, que a ellas esto también les ha pasado. Tienen la sensación de haber creado un humilde retrato de todo un colectivo. Una pequeña crónica que narra el cambio de la vida de las mujeres rurales que nacieron en la década de 1930 hasta hoy. Cómo ha sido ser una mujer rural en el siglo XX. El documental sigue una secuencia lineal que va avanzando por todas las etapas de la vida: infancia, escuela, matrimonio, casa, hijos… Y después ya, tercera edad. Esta sucesión en la conversación con Luisa y Manuela sólo se rompe con las recreaciones que rodaron interpretadas por ellos mismos y sus familiares. Escenas crudas, pero mucho menos que la vida real. En una de ellas, una joven se esconde debajo de la cama cuando llegan a su casa para desposarla con su futuro marido; tras un buen rato, su hermano le da un ultimátum para que aparezca por el salón. En la historia real en la que está basada, el padre acabó arrastrando de los pelos a la aterrorizada moza para que hiciese lo que todos esperaban de ella. Como estos testimonios, cientos. “Muchas me decían que ir a la casa del marido cuando te casabas era lo peor que te podía pasar. Porque eras una criada, y la familia de tu marido te recordaba día a día que aquella no era tu casa, que te habían recogido de la calle, y que fueras agradecida”. Manuela habla en algún momento de esos 45 minutos de sentirse persona. Durante mucho tiempo, no supo lo que eso significaba.
El proyecto de Belén y Rubén no se queda aquí. “Ahora vamos con Las faldas de Aragóna dar voz a las mujeres de Huesca, de Zaragoza y de Teruel, en concreto de los núcleos más empobrecidos, pequeños y de difícil acceso. Vamos a escucharlas, porque tienen mucho que decir”. Quieren abarcar, además, más generaciones: ver qué aspectos han cambiado y qué opresiones perduran en la vida de las mujeres rurales aragonesas. Quieren ligarlo con la pérdida del aragonés como lengua. Y no es un tema trivial ni casual. Luisa, durante el documental, emplea una mezcla de aragonés, catalán y español. Es así como ella sabe hablar. “Le dijimos que no se preocupara, que la entendíamos, que si era necesario la subtitularíamos, pero que hablase como supiese y como le saliese”, me explica Rubén. El aragonés ha sido siempre la lengua de casa, es decir, cosa de mujeres. Los hombres se iban a la ciudad a trabajar, hacían negocios, viajaban y tardaban tres días en conocer a los hijos. Sabían hablar español. Ellas, lo aprendieron por la necesidad que les creó la emigración o la viudez (o en algunos casos, el irse a servir de criada desde niña). La lengua de casa se quedó en casa, por imposición franquista, por vergüenza, y tal vez también por machismo.
Las Birllas de Campo (municipio ribagorzano del que procede Luisa) es un juego de bolos al que sólo juegan mujeres. Un espacio para ellas que la tradición creó, como en otros pueblos, a la vez que eran expulsadas de tantos otros masculinos (el campo, la cantina, la escuela). Una microsociedad femenina que, mirada con los ojos del siglo XXI, está llena de sororidad. Basta con escuchar, mientras aún podamos, de qué tratan costumbres como esta para entender cuánto nos tienen que enseñar. La recuperación y revitalización de nuestros pueblos ha de ir pareja al empoderamiento, visibilización y ruptura de estereotipos. Las faldas de la montaña las llevan nuestras abuelas.
Fuente: zerogrados.com

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